A Luna la encontramos vagando por las afueras de Granada, asustada y muy delgada. Sus primeros días en el refugio fueron de puro silencio y desconfianza, pero poco a poco, con la paciencia de los voluntarios, su verdadera personalidad empezó a brillar. Hoy, gracias a una familia maravillosa, Luna duerme en un sofá calentito y ha descubierto que las caricias son el mejor invento del mundo. Su historia nos recuerda por qué nunca dejamos de luchar.









